Vivencias del Jurado

Por Adrián Herrera

Semifinal Monterrey

Fueron dos tandas; seis el día 18 y el resto el 19 de octubre. De los 12 finalistas había que escoger a un ganador. Le digo la verdad: en los dos certámenes anteriores la cosa había estado relativamente fácil, pues el concurso era nuevo y los contendientes no esperaban mucho; concursó cada pendejo… permítame no seguir: se me revuelve el estómago de recordarlo. Jesucristo crucificado.

Claro: se dieron propuestas notables y hubo platos brillantes, pero estadísticamente Cheap Jerseys no se comparan con lo de este año.

Ésta es la tercera edición. Las reglas cambiaron. Estrecharon el filtro y tensaron las circunstancias; aprobaron sólo a una docena muy selecta. Y créame: se dieron de hostias. Como en esos realities donde compiten a patadas, gritos y escupitajos. Bueno, quizá no tanto, pero el asunto estuvo tenso. Menos participantes, más calidad. Y eso se traduce en más competencia.

Martes. Adaptaron una oficina dentro del corporativo de Culinaria Pangea para armar el comedor para la evaluación. Después de fotografiarnos y tomarnos un video, esperamos a que los concursantes terminen sus menús. Entonces nos pasan al comedor, sirven espectaculares vinos blanco y tinto, colocan acrílicos con impresiones del número del primer exponente y su menú. El jurado no es nuevo ni ajeno; ya nos conocemos: no hay extraños en la mesa y, más importante, no hay pendejos incompetentes o engreídos. En ninguna edición los ha habido. Esto garantiza una evaluación objetiva y confiable, créalo. No dejan entrar a nadie, estamos aislados. Emocionados, esperamos con ansia el primer plato. Los menús consisten en entrada, plato fuerte y postre. Los cocineros no saben que se trata de una canasta sorpresa; les presentan proteínas, vegetales, granos y frutas: deben improvisar. A la manera de un Iron Chef. Lo chingón es que los materiales son en parte regionales. Aunque se les va a evaluar por su uso de materiales mexicanos, el hecho de ser una semifinal norestense estresa la interpretación de recetas típicas, tradicionales. El primer concursante promete: su entrada emociona, respeta los lineamientos de la cocina norestense y tiene cierto nivel de riesgo creativo. Tanto el plato fuerte como el postre convencen, hay animosidad. Pero sólo es el primero. Segundo y tercer concursantes desfilan por la mesa con sus propuestas, pero no presentan nada tan sólido y consistente. Entonces empiezan los problemas; como una maldición que me persigue desde ediciones anteriores de Cocinero del Año, aterrizan en la mesa verdaderas y auténticas abominaciones culinarias. Fue progresivo; llegaron primero cosas regulares, luego mediocres, después malas y remataron con un par oakley sunglasses outlet de platos incomibles, ray ban outlet de pesadilla. Fue terrorífico y estrambótico; como una de esas películas de ciencia ficción de los años 50, donde una masa gelatinosa alienígena sale de una nave y se come a todos. Así fue un plato en particular: se apoderó del comedor y nos engulló. Un juez en particular estuvo a punto de esputar pulmones y otras vísceras. Otro plato consistió en una costilla con carne tan dura y desabrida, que la usamos de martillo para clavar unas maderas y enderezar una silla en el comedor. Así de feo estuvo el asunto. No voy a decir qué platos fueron éstos; no tiene caso exhibir a colegas y humillarlos. Ya evolucionarán (espero). Por lo pronto me fastidiaron las amígdalas, encogieron el forro de mis pelotas e hicieron que uno de los jueces casi echara la wuácara ahí mismo. ¿Un médico? No: un veterinario. Solo él podría arreglar esa maladía. Por favor: una cosa es ser arriesgado y otra, muy distinta, pendejo. Pobre diablo el que cocinó esa aberración. Inscríbanlo en la facultad de contabilidad o, mejor: en la de cine de terror. Su carrera en cocina ha terminado.

Miércoles. Después del martes negro que nos han hecho pasar dos concursantes, llegamos con el alma (y el estómago) destrozados, pero con ánimos renovados. Hay un consenso en que el contendiente número uno de la primer sesión va ganando, pero apenas hemos evaluado a la mitad. Nos reciben con buenos vinos y con experimentados meseros, exportados del restaurante Pangea. Llega la primera muestra. Y la segunda. Y así van desfilando. Comienzan las sorpresas: platos más arriesgados, equilibrados y elegantes que los del día anterior. Cierto, una que otra decepción, pero nada como el ominoso y apocalíptico despliegue de bazofia putrefacta de la primera tanda. El nivel ha mejorado notablemente y así # tenemos propuestas que están a la altura de lo que este concurso espera obtener. Dos concursantes pelearon el primer título, y el tercero se debatió con el mejor exponente del día anterior. Realmente le digo que estuvo tenso el ambiente al momento de decidir. La cosa fue elegir entre aquellas propuestas que exhibían un equilibrio entre los valores de la cocina tradicional norestense y las tendencias contemporáneas. El problema fue que tres de estos concursantes llenaban este criterio; luego tuvimos que decidir en términos de riesgo creativo, ejecución técnica e impacto emocional. Algunos tuvieron grandes aciertos en entrada y plato fuerte, pero se vieron sosos en el postre. Otros presentaron un postre memorable, pero fallaron en entrada o plato fuerte. La decisión fue bastante difícil, pero luego de más de 30 minutos de deliberación, se llegó a una conclusión, y todos estuvimos de acuerdo. Eva García Cuervo entra a la sala, saca su laptop, pregunta si ha habido alguna discrepancia, algún desacuerdo; “ninguno”, contesto, y entonces comienza a pasar datos a su computadora. Ha sido una jornada agotadora y emocionante, y ha llegado a su término. Es hora de contar.

Premiación. No le veas la cara a los participantes que no escucharon su nombre al momento de mencionar al ganador. Uno en particular esperaba ganar; realmente estaba seguro de que iba a hacerlo. Otro tenía también esa esperanza. De hecho, su postre fue el mejor de los 12 participantes. No es cualquier cosa. Pero falló en otros aspectos. Otro se llevó las manos al rostro y elaboró una mueca extraña. Uno más presentó un menú muy equilibrado, respetuoso de la tradición norestense y bien ejecutado, pero no se arriesgó lo suficiente en términos creativos. Y así con el cheap nfl jerseys resto. El ganador sorprendió a muchos, ¡él incluido! Y esto porque evaluamos platos con un número, no a una persona. No sabíamos a quién estábamos probando. Siempre es mejor comparar a ciegas, que no quede duda de eso. Entienda esto: el que gane nos representa como país, no es cualquier cosa. Por eso debemos ser duros al momento de juzgar. En esto no nos andamos con pendejadas o sutilezas: mandamos lo mejor.

Epílogo. No tengo duda: éste fue el mejor Cocinero del Año que se ha dado. Ambos, tanto el Ray Ban sale concurso como los contendientes, han evolucionado. Claro, también nosotros, los jueces. A todos nos fue bien y nuestra cocina nacional cambia rápidamente y para orgullo de todos. El concurso fue un éxito, el nivel es otro y sólo hay que esperar que la próxima edición sea mítica.

No me la pierdo por nada.